Un jovencito del elenco de la serie de Netflix Cien años de soledad (o quizás su manager, no estoy segura) le dio ‘like’ a mi comentario sobre el primer capítulo, que publiqué en esta red y que luego promocioné en Instagram. Perdonen la fatuidad substackers, pero fue allí donde él interactuó, y me contenté mucho.
Al comenzar el segundo capítulo de la serie, el actor colombiano Jerónimo Barón Lyentsov aparece en su papel de Aureliano niño, en una escena onírica bajo el agua. De esta emerge con un pañuelo rojo en la mano; luego, su mano se ve vacía y el pañuelo se desvanece en el inconsciente. Queda claro que era un sueño.
Corrí con el móvil a contarle a mi esposo en la habitación: “¡Este actor de la serie me escribió en Instagram!” (aunque en realidad solo dio un ‘like’). Él, con un gesto que procuró ser amable y mostrar algo de interés, me respondió con dulzura: “¡Ahhh!”. Ya saben, como se les responde a los niños, distraídamente, fingiendo que son grandiosos sus intereses para no desanimarlos.
Escogí ver la serie de noche, en mi escritorio, porque es precisamente la hora del inconsciente (de los sueños, presagios y temores). Enciendo una vela y me sirvo un vino (este es un eufemismo literario para la cubalibre, perdonen también mis hermanos cristianos). Se trata de un verdadero ritual, muy al estilo del autor y su obra.
Abro el bellísimo cuaderno que trajo mi esposo hace unos días, entre un montón de cosas legadas por su hermana en la mudanza. Es de Schlumberger, en 2015, una empresa global de servicios para la industria petrolera y gasífera, y trae hermosos parajes de países suramericanos donde tenía operaciones: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Argentina. Y ahí hago mis anotaciones.
El epígrafe del cuaderno dice por coincidencia:
“Admiro el verdor de sus montañas, cobijadas con manto de neblina, con el oro en sus entrañas, sus cascadas de agua cristalina y caminos de tierra colorada, que bordean con flores la colina”.
Colombia bella por Margarita Ruth Correa U. poetisa colombiana.
En este segundo capítulo, la vegetación exuberante del trópico se mete en las casas de paredes de bahareque y techo de palma. En la serie, Macondo es verde. Me hace sentir la nostalgia del verdor en los fronterizos andes venezolanos.
Y como era la idea original del autor desde su juventud, cuando pensó en escribir una novela que llamaría La casa, esta producción logra transmitir la vida hogareña, de un modo que casi hace sentir el calor de los cirios y fogones.
José Arcadio y Úrsula encarnan plenamente la imagen arquetípica que García Márquez tenía del hombre y de la mujer: él, soñador y curioso, un emprendedor iluso; ella, realista y práctica, alrededor de quien se sostiene la vida en la casa (tal como sucedía con él y Mercedes, su esposa y fiel escudera, quien secundaba —o cuando menos, sobrellevaba— todas sus locuras). La mirada a veces extraviada de José Arcadio, y en ocasiones la expresión molesta de Úrsula, acentúan el talante de los personajes.
Por supuesto, aparecen los descubrimientos y tareas en el ‘laboratorio’ de José Arcadio (la tierra esférica, la alquimia y la orfebrería). También las novedades del exterior traídas primero por los gitanos y luego por los guajiros (los imanes, el correo, las ‘máquinas del bienestar’ y, prodigiosamente, el hielo).
Hay una escena muy hermosa que, aunque no aparece en el libro, hace de claro abreboca a lo sobrenatural: la cuna tejida de Amaranta Úrsula —la tercera hija de la pareja— levita en el laboratorio de su padre ante el asombro de su hermanito Aureliano. José Arcadio no le da mayor importancia, sólo le dice a su hijo que esas son propiedades de la materia, y simplemente la baja con la mano al taburete. La producción inicia así claramente el realismo mágico, manteniendo la esencia del libro, donde los personajes aceptan lo sobrenatural como parte de su realidad cotidiana.
Continuaré viendo la serie de forma devota, ritual y disciplinada, ya les contaré del tercer capítulo.
Me anima a ver la serie sus comentarios. Porque es un reto llevar esta novela a las pantallas. Aunque cuando la he leído, me ha parecido “cinematográfica”, entiendo que el cine es un género totalmente diferente a la literatura, y que la adaptación de obras literarias al cine debe ser hecha con toda libertad y y no una adaptación precisa del texto. Gracias por sus cartas.